Salmos 148:7, 10
“Alabad a Jehová desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos …la bestia y todo animal, reptiles y volátiles…”

Numerosos programas de televisión se han hecho acerca del dragón de Komodo, incluso algunas de estas criaturas están en exhibición en algunos zoológicos.  Llegando a pesar hasta 400 libras, pueden correr más rápido que un hombre.  Y comen cualquier cosa que encuentran muerta o viva.  Aún un simple mordisco del dragón puede ser fatal dentro de 72 horas a menos que usted consiga tratamiento inmediato.  La razón es porque su saliva contiene 52 variedades de bacterias mortales que producen el envenenamiento de la sangre.  Sus dientes irregulares de una pulgada (2.5 centímetros) de largo crean una herida desgarrada que asegura que suficiente veneno entre en su sistema.  Incluso si usted es mordido y consigue escapar, el dragón de Komodo le podrá oler a dos millas (1.6 kilómetros) de distancia cuando su veneno entre en efecto.  Estos hechos podrían llevar a algunos a preguntarse no sólo ¿por qué Dios hizo a tal criatura, sino por qué los ha preservado hasta el día de hoy?

Además de demostrar variedad en la creación de Dios, el dragón de Komodo puede a la larga salvar más vidas que las que alguna vez pudo quitar.  Cuando un dragón come, sus dientes rompen su propia encía, exponiendo su sangre a esas bacterias tóxicas.  Sin embargo, el dragón nunca se infecta.  Los científicos han aprendido el por qué.  Ellos han identificado una molécula de proteína en su corriente sanguínea que mata a toda esa bacteria tóxica de su saliva.  Esa proteína ahora está siendo probada en ratones.  Bien podría ser que el dragón de Komodo nos ha mostrado el camino a un súper antibiótico que podría curar el envenenamiento de sangre que mata a cientos de miles de personas cada año.  Si así es, esta criatura otra vez glorificará a Dios al darnos un importante avance médico.

Prayer:
Te agradezco, Señor, porque has puesto por Tu gracia secretos en tantas criaturas, los que nos pueden ayudar en esta vida. Amén.

Ref: Brian Eads, Last Stand of the Komodo Dragon, Reader’s Digest, agosto de 1999, p.80. Foto: Pixabay (PD)

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