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Génesis 27:27
“Jacob se acercó y lo besó. Olió Isaac el olor de sus vestidos, y lo bendijo, diciendo: «Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que Jehová ha bendecido”.
Algunas cosas no deben ser entendidas para ser apreciadas. Uno puede disfrutar el olor de la cena cocinándose o el olor de una rosa sin tener idea de cómo funciona la nariz. Y créalo o no, usted está tan bueno como el más brillante biólogo.
Aunque su nariz sabe como funciona, la ciencia no puede explicar como olemos los olores. Se conoce que dentro de nuestras narices, detrás del puente de la nariz, se encuentran células que pueden percibir el olor. Estas células pueden detectar e identificar moléculas aéreas de una rosa abierta o un delicioso guisado. Pero nadie sabe como estas células vuelven a estas moléculas en el sentido del olfato que experimentamos.
Lo que complica más el asunto, el sentido del olfato es uno de nuestros sentidos más complejos. Tan sólo un aparentemente simple olor puede contener más de 1.000 químicos distintos. El olfatear una sola vez puede probablemente empezar la actividad en todo el cerebro. Los científicos han comprobado lo que la experiencia ya nos ha mostrado a la mayoría de nosotros – un olor también puede accionar emociones y memorias, dependiendo de una experiencia relacionada con ese olor. Además, su sentido del olfato está ligado a su sentido del gusto, razón por la cual la comida puede parecer insípida cuando se tiene una gripe.
El sentido del olfato ha salvado un sin número de vidas y ha traído gozo y placer a todos menos aquellos pocos cuyo sentido del olfato no ha funcionado. Sin embargo es tan complejo que la ciencia moderna no sabe como funciona – sin embargo, es otro testimonio de la sabiduría de nuestro amoroso Creador.
Prayer:
Amado Padre celestial, Te agradezco por el sentido del olfato y la ayuda y placer que me da. Como todo lo Tu me has dado Te glorifica en todas las cosas. En Nombre de Cristo Jesús. Amén.
Notes:
Reyneri, Adriana. 1984. “The nose knows, but science doesn’t.” Science 84, September. p. 26.