Eclesiastés 10:1
“Las moscas muertas hacen heder y corrompen el perfume del perfumista; así es una pequeña locura al que es estimado como sabio y honorable”.

No a menudo pensamos en nuestro sentido del olfato.  Mientras que nuestras narices están trabajando todo el tiempo, notamos un olor sólo cuando es inusual.  La mayoría del tiempo los olores a nuestro alrededor contribuyen, inadvertidos, a nuestra impresión global de nuestros alrededores.

doctor noseEs difícil mantenerse tenso en la playa.  El simplemente mencionar el agua y las olas, la arena y el sol, nos trae de vuelta nuestro último viaje a la playa y empieza a relajar a una persona.  Sin importar cuan terapéuticos sean estos elementos de la playa, los científicos han encontrado que la una fijación de la playa que probablemente es más responsable de relajarnos es el olor.

El químico oloroso que las compañías de gas ponen en el gas natural para que podamos oler las fugas es metil mercaptano.  Este químico también es producido por  carne podrida.  La nariz humana es extremadamente sensible a este olor.  Podemos detectar tan poco como 400-millonésimas de un gramo en un cuarto de galón de aire.

Los doctores han sabido por mucho tiempo que sus narices son útiles en diagnosticar enfermedades.  Llega una persona en coma a una sala de emergencia.  Es muy probable que el doctor huela el aliento del paciente al intentar descubrir el problema.  Un olor dulce podría indicar diabetes.  El olor de amoniaco podría indicar un mal funcionamiento del riñón.  El envenenamiento de arsénico huele como ajo.  La difteria puede ser identificada por un olor repugnantemente dulce, y las personas con la plaga huelen a manzanas.  Un paciente que huele a pan recién horneado puede tener tifoidea.

Mientras que poco pensamos en nuestro sentido del olor, es un maravilloso regalo de nuestro Creador por el cual le debemos las gracias.

Prayer:
Amado Señor, Te agradezco por el sentido del olor; añade gozo a mi vida y ayuda a protegerme. Ayúdame a ver y agradecerte por aquellas cosas que no he notado anteriormente. Amén.

Notes:
McCutcheon, M. 1989. The Compass in Your Nose . . . . Los Angeles: Jeremy P. Tarcher. p. 99.

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