Hechos 17:29
“Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres”.

Uno de los problemas más dificultosos para aquellos que creen que somos el producto de millones de años de evolución es el cerebro humano.  Hace varios años en “Momentos de la Creación” señalamos que el cerebro humano tiene diez billones por 25.000 conexiones neurales.      Si usted resuelve esa operación significa que un milagro tendría que darse si evolucionamos de criaturas con apariencia de monos en la escala del tiempo que los evolucionistas proponen: ¡Cada generación tendría que haber tenido muchos miles de más conexiones neurales que la última!  Aún  más sorprendente es el hecho de que no nacemos con un cerebro que es una pizarra en blanco.  Varios estudios han demostrado que inclusive los infantes tan pequeños como de tres meses esperan que las cosas se comporten de ciertas formas.  En un estudio, infantes de tres meses mostraron sorpresa cuando los investigadores hicieron que un objeto que estaban viendo desaparezca.  Otro estudio mostró que los pequeños infantes esperan que las cosas que son inanimadas no se muevan por sí mismas.  Pero esperan que las cosas vivas se muevan solas.  Este tipo de “programación” incorporada en el cerebro nos permite progresar más rápidamente mientras aprendemos del mundo que nos rodea.

El problema con la complejidad del cerebro humano, y el hecho de que parece venir preprogramado, causó por último que Alfred Russel Wallace, un evolucionista influyente, se de vuelta para creer en un Creador.  Mientras más aprendemos acerca de lo que Dios ha creado, más probabilidad tenemos de concluir que en realidad somos la obra de un sabio Creador.  Él incluso nos ha dado un cerebro capaz de ver eso.

Oración: Te agradezco, Amado Padre, por la inteligencia que me has dado.  Amén.

Ref: Historia Natural, 9/97, “La naturaleza del aprendizaje”, pps. 4245. Foto: Baby – Pixabay.com.

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